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Las nubes aplastadas y rojas sobre el barrio latino de noche, el aire húmedo
con todavía algunas gotas de agua que un viento desganado tiraba contra la
ventana malamente iluminada, los vidrios sucios, uno de ellos roto y arreglado
con un pedazo de esparadrapo rosa. Más arriba, debajo de las canaletas de
plomo, dormirían las palomas también de plomo, metidas en sí mismas,
ejemplarmente antigárgolas. Protegido por la ventana el paralelepípedo musgoso
oliente a vodka y a velas de cera, a ropa mojada y a restos de guiso, vago taller
de Babs ceramista y de Ronald músico, sede del Club,
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